La rosa y algo de su historia

Desde tiempos muy remotos la rosa enamora por su belleza, aromas y formas. Por ello, no es de extrañar que sea sinónimo de amor y feminidad, que simbolice a la mujer y que inspire las más bellas páginas de los poetas.

Cuando todo es hermoso y tenemos ideas alegres, vemos la vida de color rosa, No hay rosas sin espinas como no hay placer sin pena.

Existen numerosas especies y variedades de rosas, pero la más interesante resulta la rosa de Damasco, llevada a Europa hacia 1250, al regreso de la séptima cruzada (dirigida por San Luis) a Tierra Santa, por Teobaldo I de Champagne, llamado “el Trovador”.La Rosa de Damasco sustituyó entonces en la ciudad de Provins a todas las rosas existentes. Rebautizada como Rosa gallica (nombre que le dio Linneo y que ya le daban los romanos), rosa de Francia o rosa de Provins, fue ampliamente cultivada; una variedad se utiliza para la obtención del aceite de rosa y de diversos perfumes.

Es esta misma rosa la que los ingleses, a causa de un error de traducción, denominan “rosa de Provenza”. En 1277, el conde de Lancaster, enviado para reprimir una revuelta contra el rey de Francia, se llevó esta rosa a Inglaterra, se convirtió entonces en el emblema de su casa. Más tarde se hizo ilustre en la Guerra de las Dos Rosas, que opuso a los Lancaster y a los York, cuyo emblema era la rosa Blanca. Monardes, en 1551, simboliza la reconciliación de estas dos casas durante mucho tiempo rivales agrupando en los pétales de una rosa nueva el blanco de la rosa de York y el rojo de la rosa de Lancaster.

La rosa de Provins, de un bello color rosa intenso (o rojo aterciopelado), de un aroma exquisito, mil veces más bella que las sofisticadas rosas de los floristas, rústica y resistente, fue objeto de un verdadero culto y de un importante comercio. De las rosas frescas, los expertos sabían extraer un perfume tenaz utilizado para los ungüentos, las pomadas, las esencias y las lociones. Una vez secos, los pétalos conservaban su perfume, que se volvía incluso más suave. Tratadas de la forma conveniente, estas rosas se conservaban más de un año. Se adquirió la costumbre de hacer con ellas coronas y cojines que se utilizaban para perfumar los armarios.

Estas flores entraron en la composición de repostería, confituras, conservas de carne y jarabes. Hicieron así la fama de la ciudad, donde abundaban los laboratorio se boticarios, y realzaron con su esplendor todas las grandes ceremonias civiles y religiosas. Así, podía verse a las muchachas con la frente ceñida por una corona de rosas y las calles cubiertas de pétalos durante la procesión del Santo Sacramento, a los reyes y personalidades que entraban en la ciudad antigua, los notables ofrecían como obsequio, además del vino, las especias, cestas de rosas, perfumes o cojines de pétalos secos.

La rosa de Provins de hoy vive de su pasado. Sigue existiendo la rosaleda, pero la mayoría de los productos vendidos proceden de Turquía o del Líbano.

Hoy en día, la multitud de rosas antiguas (más de 40.000 variedades) no debe ocultar la recuperación del interés por las rosas antiguas que se inscribe en la actual corriente de “regreso a los buenos y viejos tiempos”. En un momento en que las personas de la sociedad de consumo se ven inundadas por la afluencia creciente de maravillosas rosas modernas –cuyos nombres difieren a menudo de un país a otro-, renace de forma inevitable el cultivo de los rosales antiguos.

En nuestros jardines, ninguna rosa ha sido creada por la naturaleza, todas han nacido de la mano del ser humano después de numerosos tanteos, pruebas, mutaciones y casualidades. Hemos recorrido un largo camino entre los escaramujos de nuestros setos y las rosas que adornan nuestros jardines, protegidas por patentes y marcas registradas.











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